MAYOR
GENERAL JACINTO PÉREZ ARCAY
01/07/13.- El primer
contacto de Jacinto Pérez Arcay tanto con la historia como con la complejidad
de las relaciones humanas fue a los siete años de edad, leyéndole El Conde de
Montecristo a su abuela en Juan Griego. El ahora mayor general del Ejército
había nacido en La Vela de Coro (“justo donde Miranda clavó la bandera”,
asegura en tono de chanza), pero debido a la muerte de su madre, cuando él
tenía un año de edad, fue llevado, junto a sus tres hermanas, a vivir con sus
abuelos en la tierra neoespartana. El temprano conocimiento de la obra de
Alejandro Dumas le permitió entender un principio básico del mundo: “Que los de
arriba, darwinianamente hablando, los más vivos, los más capaces, los más fuertes,
los más aptos para sobrevivir, suelen arreglárselas para que otros, los más
débiles, paguen los platos rotos”. Como leyó esa novela en voz alta tres veces
–a su abuela le fascinaba– también conoció París sin haberse movido de
Margarita.
Hoy, con 82 años y
considerado el oficial de mayor autoridad moral de la Fuerza Armada, no le hace
falta tener el libro a mano para contar la historia de Edmond Dantes, el hombre
que escapó de la cárcel y saboreó la venganza contra todos los que le hicieron
daño. Casi se la sabe de memoria.
Oficial de artillería y
graduado en Historia y Geografía (suma cum laude, en la Universidad Católica
Andrés Bello), Pérez Arcay no ametralla balas, sino citas de los más diversos
autores y obras: La Biblia, Amado Nervo, Wilhelm Dilthey, Lenin, Montesquieu,
José Ortega y Gasset, Simón Bolívar –naturalmente– y el propio Dumas.
Pero, entretejidos en
los hilos de su erudición, aparecen de manera recurrente tres personajes:
Cristo, el Libertador y Hugo Chávez. “Bolívar es lo más grande que ha dado el
mundo después de Jesús de Nazaret, quien si no fue Dios, mereció serlo –afirma
en tono aforístico. Hugo hizo algo tan admirable como esos conquistadores que
atravesaron mares tenebrosos, entraron por las bocas del Orinoco y llegaron
hasta el Marañón, en Perú”.
Pérez Arcay es de las
pocas personas que se refieren al comandante por su nombre de pila. En su
ilustrada manera de charlar es un leitmotiv: Hugo para allá y Hugo para acá.
Desde Hugo, el cadete rebelde que se le alzó a su alférez mayor por una
discrepancia sobre Bolívar; hasta el Hugo agónico que vino prácticamente muerto
a decir “hagan esto porque yo no tengo más tiempo”.
—¿El comandante Chávez
dejó los cambios consolidados?
—No, no, consolidados
no. Consolidar es una tarea pendiente muy compleja, porque no tenemos
suficiente fuerza intelectual y ahora no lo tenemos a él. Pudiera ser que en
esencia sí, porque nos dejó la Independencia. Como él mismo lo dijo: “Tenemos
patria, que nadie se equivoque”. La esencia de la Patria, que estaba en el
subsuelo, la rescató Hugo, pero necesitamos muchos Hugos para seguir
teniéndola, que cada quien al menos barra frente a la puerta de su casa para
que la ciudad esté más limpia. Lo que sí es cierto es que esa dictadura que
cierta gente pretende establecer acá ya es imposible. Después de catorce años
con Hugo, con lo que él sembró, es imposible una dictadura. Hay unos niños de
seis hasta 18 años, que fueron sembrados por Hugo y todavía no han jugado, para
decirlo con sus palabras. Que se metan con el santo, pero no con la limosna.
Nosotros, al final, vamos a vencer porque manejamos la verdad: la verdad de
Bolívar y la de Hugo Chávez.
—¿Cuándo descubrió
usted a Hugo Chávez? ¿Cuándo supo que tenía todo ese potencial?
—Cuando era alférez e
hizo un gesto en defensa de Bolívar, arriesgándose a que lo botaran. Desafío la
autoridad de su alférez mayor, Alcides Rondón Rivero, en una clase en la
Sociedad Bolivariana donde se estaba hablando de la etapa (de la Gran Colombia)
en que Bolívar se vio obligado a dictar leyes. No había tiempo de ir a un
Congreso que, además, estaba dominado por (Francisco de Paula) Santander. En la
clase se habló de “la dictadura de Bolívar” y Hugo rechazó ese enfoque. El
alférez mayor lo mandó a callarse y pretendió arrestarlo. Hugo no se calló ni
aceptó el castigo. Yo era su superior en la Academia Militar y tuve que
resolver el conflicto. Le dije que había hecho lo correcto al defender al
Libertador. Paradójicamente, fue Hugo quien, ya como comandante en jefe,
ascendió a general a ese que fue su alférez… Tendrías que haberle visto la cara
a ese hombre…
—¿Otra vez, algo de El
Conde de Montecristo?
—No, porque Hugo no era
vengativo, no lo hizo por desquitarse. Él no odiaba a nadie.
—¿Cómo fue el proceso
de decantación doctrinaria de Hugo Chávez, desde sus planteamientos de la
Tercera Vía hasta el Socialismo del Siglo XXI? ¿Qué diría usted que lo guió más
en ese proceso: la intuición, su voracidad lectora; o las orientaciones de sus
mentores?
—Las lecturas. Yo
conocí a Hugo mejor que nadie. Hugo era de esa gente incansable que trabaja 48
horas diarias, para decirlo en lenguaje hiperbólico. La razón por la que la
Revolución pasó por varias etapas tiene que ver con el hecho de que Hugo dominaba
mucho el momento psicológico. Por eso hablaba de la hora estratégica, el minuto
táctico y el segundo de la victoria. Era un filósofo que dominaba el tiempo
emergente del que habló Ortega y Gasset. Hugo tuvo una inquebrantable fe que le
nacía del estudio de la historia, fundamentalmente en Bolívar. Tenía fe porque
veía más allá, podía elevarse sobre sí mismo y tener una visión jánica, (en
referencia a Jano, el dios griego que tenía dos caras: una que miraba hacia el
pasado y otra, hacia el futuro), y era poseedor de una divina intuición.
—¿Intuía, incluso, la
cercanía de su muerte?
—Vivía con prisa porque
tenía que cumplir con su misión. Desde muy temprano, yo vi a Hugo enamorado de
la muerte. Cuando salió de la cárcel (1994) fue conmigo a Margarita y ya se lo
advertí: “Mira, Hugo, estás mencionando demasiado a la muerte, vamos al Valle
del Espíritu Santo para que le dones esta réplica de la espada de Bolívar a la
Virgen del Valle”. Esa espada era mía, yo se la regalé para que él se la diera
a la Virgen.
—¿Está en la basílica?
—Está allá, pero no sé
por qué razón nadie se ha ocupado de que eso se sepa.
—¿En ese dominio de
tiempo emergente, aprendió el Presidente a pactar con el enemigo?
—Me remito a Nicolás
Maquiavelo en El Príncipe: si no puedes con tu enemigo, pacta con él. ¿Qué
puede hacer un país como Venezuela? Si atacamos al enemigo no le vamos a hacer
nada, pero su respuesta va a ser devastadora. La reunión del canciller Jaua con
el secretario de Estado, Kerry, se le debe a Hugo. No apareció así, de la nada.
La posibilidad de tratarnos de igual a igual se la debemos a él.
DE
LA INDEPENDENCIA Y LA GUERRA FEDERAL
En su rol de
historiador, Pérez Arcay ha sido uno de los principales estudiosos de la Guerra
Federal. Uno de sus primeros libros se titula Guerra Federal. Consecuencias
(tiempos de geopolítica) y contiene una reivindicación de la figura del general
de hombres libres, Ezequiel Zamora. En su momento, 1977, era un planteamiento
revulsivo, en especial porque su autor era, por entonces, coronel del Ejército.
—La Independencia no
resolvió el problema de la desigualdad social. La Guerra Federal tampoco, pese
a que la ganaron los que representaban al pueblo pobre. Con su visión
histórica, ¿usted diría que esta sigue siendo nuestra principal deuda como
sociedad?
—No diría que es una
deuda porque implicaría que alguien es culpable. Y todos lo somos. Bolívar
luchó por la Independencia y por muchos otros bienes, como el equilibrio de los
poderes dentro del Estado y la mayor suma de felicidad posible, pero el único
bien que se alcanzó fue la Independencia, como él mismo lo reconoció. Muchos
autores, como (José Luis) Salcedo Bastardo, denigran de la Guerra Federal, pero
con ella se logró la sociedad igualitaria más grande que existe en el mundo. Por
eso es que Venezuela ha sido siempre el país más proclive a lograr una reforma
social y moral profunda.
—Un hombre con su
bagaje histórico y filosófico, ¿cómo sobrellevó estar dentro de unas Fuerzas
Armadas que funcionaron como un aparato de sostén de la ideología hegemónica?
—Yo no estaba conforme.
Fue muy difícil llegar al rango que llegué (general de brigada). Yo pertenecí
al movimiento revolucionario de Hugo Trejo, que se alzó contra Marcos Pérez
Jiménez el 1º de enero de 1958. Ese movimiento fue descuadernado, empezando porque
mi coronel Trejo debió salir de la cárcel a presidir la Junta de Gobierno, en
lugar de Wolfgang Larrazábal. Lo que hicieron fue enviarlo a hacer un curso
fuera del país, igual que a varios de nosotros. Y así vino una dictadura peor
que la anterior porque era una dictadura del engaño y de la farsa.
CANILLA
CON SABOR A GLORIA
—El problema de la
corrupción también es secular en nuestra historia. ¿Cómo resolverlo si
pareciera permear a todos los estratos sociales?
—Es que, ¿cómo podemos
no ser corruptos si nuestro liderazgo había estado culturalmente proletarizado?
Esa fue una de las consecuencias de la Guerra Federal, el precio que tuvimos
que pagar por la igualdad social. Asumió el poder una clase que no tenía los
mismos quilates intelectuales que la clase oligarca desplazada. Sin cultura no
se puede progresar. Con la muerte de los mejores hombres en la Guerra de
Independencia y en la Guerra Federal, nuestro liderazgo perdió mucho. Y esa es
una de las razones por las cuales hemos tenido tantas pérdidas territoriales.
Por otro lado hemos tenido la petrolización: el dinero nos ha vuelto flojos
hasta para estudiar. Donde hay dinero se aplica la norma de cuánto tienes,
cuánto vales. Lo que no sé es si las personas que viven según esa norma pueden
dormir felices. Una de las cosas bonitas de la vida es comerse algo sencillo,
por ejemplo, una canilla o un pan campesino tostadito, con café con leche, pero
al lado de los tuyos, con las personas que quieres y con la conciencia limpia.
Eso sabe a gloria. Pero entonces viene la vanidad, la gente quiere un Rolex,
una pinta… ¡pura estupidez! Quieren aparentar ante los demás. Lo que nos hace
falta son maestros, maestros, maestros, que se metan dentro de ese aparato de
relojería que son las instancias psíquicas del hombre, para que crezca cada uno
en la verdadera grandeza, que es en su espíritu. Ernesto Renan dijo que el
pueblo, cuyo instinto es siempre recto, es fácilmente engañado por los falsos
devotos, no tiene penetración suficiente para distinguir apariencias de realidades.
Y esto es así, sobre todo ahora, cuando hay una artillería mediática que actúa
en todo tiempo y en todos los espacios, lo abruma, como lo explica Josep
Ramoneda en Despúes de la pasión política.
De
tal alumno, tal maestro
Ilich Ramírez, el
prisionero. El mayor general Pérez Arcay fue quien escribió la carta que el
presidente Chávez suscribió y envió a Carlos Ilich Ramírez en 1999 y que generó
una polémica que aún se mantiene. “Ilich era y es un prisionero de sus
inquietudes por defender la justicia en el mundo. Se vio obligado a defender
una cantidad de cosas, pretendió hacerse conciencia del mundo e hizo lo que
hizo. Algunos hombres son, o somos, así, mientras otros se quedan como una
piedra, no hacen nada por nadie, viven para sí”. Pérez Arcay decidió escribir
un texto críptico, que pusiera a la gente a pensar en qué había querido decir
el teniente coronel que recientemente había asumido la Presidencia de
Venezuela.
La carta está llena de
claves. Por ejemplo, que todo tiene su tiempo, que hay tiempo para amontonar
las piedras y para lanzarlas y que la vida de los hombres está cifrada en dos
palabras: confiar y esperar.
El crucifijo del
perdón. El crucifijo que blandió el comandante Chávez el 14 de abril, en su
triunfal retorno al poder, se lo dio el general Pérez Arcay. Con él en sus
manos, el Presidente llamó al país a reconciliarse y a los dueños de los medios
a reflexionar.
Discrepancias con el
comandante. En algunas pocas cosas, Chávez y Pérez Arcay estaban en desacuerdo.
Por ejemplo, a Chávez le gustaba El general en su laberinto, de Gabriel García
Márquez. A Pérez Arcay, no. “Ese que pinta García Márquez no es Bolívar. Lo que
él escribe está muy bien, tiene un bello estilo, pero Bolívar queda como un
atorrante”.
¿Cuál
culto a Bolívar?
La pequeña oficina del
mayor general Jacinto Pérez Arcay, jefe del Estado Mayor de la Comandancia en
Jefe, ubicada bajo la plaza Bicentenaria de Miraflores, es la típica de los
buenos historiadores: los libros casi no dejan espacio para la gente… ¡y más
vale que no le muevan ninguno!, porque él, en medio del aparente desorden, sabe
donde está lo que busca.
Muchos de esos libros
son sobre Bolívar y el mayor general lamenta que buena parte de ellos sea
imposible conseguirlos en Venezuela. “A estas alturas no conocemos a Bolívar.
Algunos dicen que hay que bajarlo del pedestal y dejar a un lado el culto a
Bolívar… ¿Cuál culto a Bolívar si no lo conocemos?, ¿de qué pedestal hablan si
no hemos leído a Bolívar? Uno de los que sostiene eso es (Germán) Carrera
Damas, que ya vemos en qué anda”, dice Pérez Arcay, refiriéndose al académico
que habla con la diputada María Corina Machado en el audio recientemente
difundido.
El general sigue siendo
un asesor de primer nivel en el Palacio. Respecto al jefe del Estado dice: “La
humildad de Nicolás es su primera virtud. Él nunca aspiró a tener este cargo,
era feliz con Hugo y quería seguir sirviendo bajo su mando. Del otro lado
vemos, en cambio, gente que quiere el poder a toda costa”.
Retirado con el grado
de general de brigada, Pérez Arcay fue reincorporado al servicio activo por
Chávez y ascendido a los grados de general de división y mayor general, algo
inédito en la institución militar. Alguna vez, Pérez Arcay le preguntó si
estaba seguro de esos ascensos, que lo han convertido en el oficial activo de
mayor edad en la Fuerza Armada. “¿Y por qué no, si su hijo es el comandante en
Jefe?”, fue la respuesta.
FOTO YRLEANA GÓMEZ
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