Alimentos para el Alma

"No es la superficie lo que debemos cambiar, es el hombre, comencemos por nosotros mismos dando ejemplo, de que estamos impregnados de la nueva idea"

Hugo Rafael Chávez Frías

martes, 17 de diciembre de 2013

En Ocaña comenzó el calvario de Bolívar

Quizás la convención de Ocaña, Colombia, puede considerarse como el inicio del final político y biológico del Libertador Simón Bolívar, que acaeció tal día como hoy hace 183 años.

Por primera vez, el héroe de América tenía opiniones en contra que abrumaban a las suyas, colocándolo en desventaja. Detractores siempre los tuvo, pero nunca como partido mayoritario.

Su proyecto de Constitución para Bolivia, en el cual se proyectaba la idea de un Presidente vitalicio y un senado hereditario, llevó a la opinión pública a señalar en muchos lugares, tanto de América, como de Europa que, al igual que Napoleón Bonaparte, Bolívar deseaba coronarse como emperador.
El deterioro del Gobierno, la impunidad en los delitos, el descalabro económico a que estaban sometidos los miembros de la Unión, los movimientos incipientes de división para acabar con la República y la necesidad de hacer frente a grandes deudas externas e internas llevaron a Bolívar a plantear la necesidad de crear esta convención, donde se discutiría una nueva forma de gobierno para remediar todos aquellos males.

El partido santanderista demostró tener la mayoría, conllevando a un término abrupto de las discusiones y al inicio de un período de dictadura que vendría a empañar la imagen que hasta ese momento lo había cubierto.

Este mandato unipersonal agudizó las contradicciones y permitió la creación de facciones que vieron en el asesinato la manera de acabar con el Libertador. Este hecho se dio en grado de tentativa el 25 de septiembre de ese mismo año 1828, generando una reacción gubernamental que llevó al patíbulo a oficiales y civiles, como el almirante José Prudencio Padilla, vencedor en la Batalla del Lago de Maracaibo en 1823, así como al destierro a otros, que como Francisco de Paula Santander, vieron salvadas sus vidas por la extradición.

En calidad de gobernante se vio precisado a retomar las campañas para sofocar una guerra contra Perú y una rebelión en Guayaquil, apenas meses después. Sucre derrotó a los peruanos y les impuso una capitulación honrosa y Bolívar impuso un sitio a Guayaquil hasta rendir la ciudad, pero el trajinar por climas diferentes, en medio de las preocupaciones y las acusaciones que se le hacían de todas partes, calificándolo de tirano, minaron de nuevo su salud.

Como respuesta a la situación política, Bolívar llamó a la formación de un Congreso constituyente, en 1830, donde determinó abdicar su mando, pero, dejando la posibilidad de que se le nombrase “generalísimo” de los ejércitos, con el fin de pacificar el territorio, concentrando en él el poderío militar.

El 21 de agosto de 1829 escribe al general Pedro Briceño Méndez, desde Guayaquil, asegurándole: “Hace muy poco que he salido de una grande tormenta de bilis que me tuvo en cama 12 días y me ha dejado todavía muy débil”. Esta confesión la repite a varios de sus colaboradores y amigos, en medio de la preocupación que le causaban los hechos acaecidos en Bogotá y, especialmente, en Venezuela, donde cobraba fuerza la idea de separarse de Colombia.

El 3 de enero recibe la noticia de la separación de Venezuela y ya en Bogotá reaparecen las enfermedades. Las decisiones del ente Legislativo no le son favorables. No se le permite la renuncia y se le derogan los poderes especiales que lo habían llevado a gobernar en forma dictatorial. Tampoco se le admite viajar a Venezuela para entrevistarse con Páez, nombrándose en su lugar al presidente del Congreso, Antonio José de Sucre, y al sacerdote José María Estévez.

Una vez que el Congreso decide nombrar como gobernantes a Joaquín Mosquera y a Caicedo, Bolívar decide marcharse al extranjero, vía Cartagena de Indias, pero conservando una leve esperanza.

En octubre recibe la información de que un alzamiento militar en Bogotá había destituido a Mosquera y a Caicedo, colocando a Rafael Urdaneta como jefe de gobierno. En ese momento manifiesta su esperanza de invadir a Venezuela por Maracaibo y de lograr su vuelta al poder con la ayuda de oficiales amigos que en diferentes lugares se sumaban a su persona.

Pero la enfermedad lo agobiaba. En una de sus cartas a Urdaneta desde Turbaco, le asegura: “Yo he venido aquí de Cartagena un poco malo, atacado de los nervios, de la bilis y del reumatismo. No es creíble el estado en que se encuentra mi naturaleza. Está casi agotada y no me queda esperanza de restablecerme enteramente en ninguna parte y de ningún modo. Sólo un clima como el de Ocaña puede servirme como alivio”.
El recrudecimiento de su enfermedad no le permite mayores avances. En carta a Estanislao Vergara le asegura: “En cuanto a lo que usted me dice que debo aceptar inmediatamente el mando, contaré a Vd. que por ahora me parece bien difícil, y como causa principal que me lo impide es mi salud, que me ha reducido a un estado bien triste, yo no sé qué será para el futuro, y si podré llevar los votos con que me han querido honrar mis conciudadanos...”.

Ya la resistencia física le abandonaba en noviembre. El 25 le escribe a sus amigos: “Yo sigo de peor en peor con mi salud; ya he perdido hasta la esperanza; pues una debilidad suma y un continuo padecimiento de achaques diferentes me tienen en un estado de desesperación que hacen ver la vida con disgusto. Pienso irme de aquí en cuanto llegue a Sabanilla un buque que he pedido; no sé qué rumbo tomaré, pero dondequiera que llegue será en el más triste estado de postración, porque ni aún en la casa con todas las comodidades que se encuentran, puedo estar unas horas aliviado. En estos últimos días he tenido una tos que me atormenta día y noche”.

En diciembre llegó a Santa Marta. Allí es atendido por el médico Próspero Reverend, quien dejó constancia por escrito del tratamiento aplicado y los últimos momentos de su existencia.

Última proclama del Libertador

Colombianos.

Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi honor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía: los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.

¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

CiudadCCS

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