Alimentos para el Alma

"No es la superficie lo que debemos cambiar, es el hombre, comencemos por nosotros mismos dando ejemplo, de que estamos impregnados de la nueva idea"

Hugo Rafael Chávez Frías

domingo, 5 de mayo de 2013

Los sueños llegan como la lluvia

05/05/13.- Yo creo que nunca, nunca, jamás perdí ni perderé mi amor y mis raíces y mi presencia física en este pueblo que está aquí. Sabaneta.
El recuerdo así más lejano que yo tengo de mi padre: un hombre muy joven que llegaba en una bicicleta y además venía rápido y cuando iba llegando a la casa sacaba una pierna por encima y se venía en una sola. Frenaba ahí y ¡ras!, ponía la bicicleta. Mi padre ha sido un hombre muy enérgico toda la vida, yo lo admiraba y lo admiro muchísimo como mi padre. Es afrodescendiete, negro. Mi ma­dre catira, catira pelo amarillo, llanera de nacencia y crianza como se dice. Entonces mi pa­dre lIegaba y uno salía corrien­do. ¡Papá, papá que me trajiste! Bueno y recuerdo el abrazo, me agarraba y me lanzaba arriba y me agarraba duro. Un hombre fuerte mi padre.

Yo tenía tres mamás: la mamá Elena que me parió, la mamá Rosa, la abuela y la mamá Sara, Sara Moreno, nunca la voy a olvidar. Era una mujer muy lin­da que vivía frente a la casa vie­ja en la calle que hoy se llama Antonio María Bayón en Saba­neta y ahí llegó Sara Moreno de no sé dónde. Y yo recuerdo que era muy linda, y yo decía que era mi mamá también, que yo tenía tres mamás. Y yo recuerdo que Sara Moreno todos los días me preparaba una taza bien grande de avena antes de ir a la escue­la y nunca dejaba yo de pasar por casa de Sara a tomarme mi taza de avena. Era muy joven y era muy linda saben. Ella te­nía un marido que llegaba por las noches, y yo creo que me enamoré de Sara porque yo la celaba del marido. Nunca le dije a nadie esto, estoy confesán­dolo por primera vez en mi vida y yo era un niño. Pero ella me amurruñaba y me dormía y me hacía comida. Sara Moreno era mi tercera mamá.
Mi madre una fortaleza siem­pre, mi madre ella es llena de amor, trabajadora incansable, también maestra. Luego fíjen­se, ella siguiendo el ejemplo de mi padre siguió haciendo unos cursos. Mi padre seguramente la motivó y luego se graduó de maestra, luego, cuando ya nos había parido a todos nosotros.

Yo recuerdo haber ido a ver a mi madre en un salón de ­clase, dando clase, enseñando. Ella sobre todo alfabetizaba, se dedicó a la educación de adul­tos y hasta me gustaba mucho ayudarla en eso. Yo participé junto a mi madre en la alfabeti­zación por allá por los años 60, ella era mi guía con un libro que se llamaba Abajo Cadenas: ala, pala, tapara, maraca… Así que mi madre me enseñó a enseñar a otros. Cosa bonita esa.

Bueno, yo me puse a dibujar, yo estudiaba pintura y ya esta­ba aprendiendo a pintar rostros y yo pinté la cara del Látigo Chávez y lo pegué ahí, al lado de mi cama. Inventé una oración que me nació, y yo todas las no­ches rezaba y al final del Padre Nuestro que estás en los cielos, yo decía: “Diosito santo ayúda­me, Látigo Chávez donde estés te juro que yo voy a ser como tú.” Y aquello se convirtió en un motor inmenso que me movió, yo movía cielo y tierra porque yo quería ser como el Látigo Chávez. Entonces comenzaron a ocurrir muchas cosas, producto de la voluntad que despertó del dolor, del dolor. Yo entonces co­mencé a acercarme por las tar­des después que salía de clase, en vez de irme a jugar chapita o la pelota de goma frente al liceo que no me iba a llevar a ningu­na parte, yo me iba al estadio La Carolina. Y mi padre me dijo: “¿Hugo qué carrera universitaria vas a estudiar?”. Yo le dije: “Me gusta Ingeniería papá.” “Bueno vamos a hablar allá en Mérida. Mi padre y mi madre… Siempre la educación, la educación, el ejemplo. Y dijo: “Bueno, vamos a buscarte cupo allá, vamos a hablar con Ángel Chávez”, un tío nuestro que era profesor de la ULA. Y yo por dentro, ¿Mérida?

En Mérida no juegan beisbol. Allá es fútbol. No Dios mío, yo para Mérida no voy. ¿Y saben lo que hice? Un día llegó, nunca se me olvida, un oficial al liceo a dar una conferencia, la Escue­la Militar. Nos llevaron a todos obligados. Yo no quería porque incluso uno veía a los militares así, desde lejos. Bueno en re­sumen, el 8 de agosto de 1971 entro a la Escuela Militar, ya entonces Academia Militar, en un grupo de 375 muchachos, incluyendo unos extranjeros, un grupo de panameños, domi­nicanos también, un grupo de muchachos.

Hace poco me llegó otro sueño, como la lluvia porque así llegan los sueños, como la lluvia. Así me llegó el de ser pintor de aquel libro. Así me ­llegó el sueño de ser el Látigo Chávez, me llegó de ráfaga un domingo, nunca se me va a olvidar. Y luego me llegó el de ser sol­dado, también como la lluvia.
Y ahora me llegó un sueño y me llegó por allá en la esquina de un pueblo, hace poco. íbamos después de un acto donde ha­bía mucha gente.
Yo quería descansar por allá a la orilla del mar. Era en Margarita exacta­mente. Y entonces vamos, ya cayendo el sol, íbamos cruzan­do una esquina para ir a un sitio a descansar un rato, íbamos sin caravana, una camioneta cual­quiera. Y yo entro mirando, mi­rando, mirando cada esquina, mirando cada casa, tratando de mirar todo. Y de repente le digo al muchacho, al compañero que maneja párate aquí, porque vimos unos niños jugando a la pelota de goma y además dije que bueno que además están unas niñas también jugando, la igualdad. Una niñas dándole y corrían más duro. Y entonces, en una silla, un anciano con el pelo blanco mirando a los ni­ños jugar a la pelota y con una niña en las piernas. Y yo dije, ya está, ese soy yo. Éste es el últi­mo sueño.

CIUDAD CCS

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