Alimentos para el Alma

"No es la superficie lo que debemos cambiar, es el hombre, comencemos por nosotros mismos dando ejemplo, de que estamos impregnados de la nueva idea"

Hugo Rafael Chávez Frías

jueves, 23 de mayo de 2013

El valor de la palabra


El valor de la palabra
Por: FELIPE FIGUEROA
Hechiceros y sacerdotes de los llamados pueblos primitivos y magos de la antigüedad atribuían a la palabra la más alta de las virtudes. Hasta hace poco la palabra empeñada equivalía también al acto sagrado en donde se comprometía el honor. La proliferación de ciertos hombres y mujeres con responsabilidades públicas, mercantiles, políticas o mediáticas, caracterizados en general por su incultura y su impudicia, desvalorizó y desvaloriza a escalas sorprendentes la palabra. Es la misma que más que revelar la realidad, la deforma o la oculta. Así se expresa sobre la palabra el poeta Gustavo Pereira en su libro Cuentas.
Es pertinente traer a colación el tema por la importancia que reviste la palabra en la actual coyuntura postelectoral. Importa lo que se dice y cómo se dice, es decir, importa tanto la forma como el contenido, pues sin duda esta producirá o no un determinado efecto tomando en cuenta el auditorio y el contexto. Los hechos vandálicos y violentos que generaron muertos y heridos el 14 de abril, luego del anuncio de los resultados electorales por parte del CNE, son atribuidos por la opinión pública al lenguaje utilizado por el candidato perdedor.
 
Mediante el lenguaje se pueden emitir declaraciones, juicios, afirmaciones, promesas y pedidos. Pero la forma, el contenido y la intención de ese lenguaje pueden generar acciones y propósitos. La palabra virtuosa debe estar precedida por la ética y la razón, lo contrario sería faltar a la verdad y el desprecio por la razón. Una mentira es el comienzo de una cadena de mentiras infinitas que hace que el mentiroso produzca en los demás una imagen de personalidad caótica. El que miente sistemáticamente es como un barco que hace aguas, hasta que se hunde irremediablemente en lo más profundo de su caos, porque vive entre dos extremos; admitir la razón o excluir la razón.

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